BIOGRAFIA:Tras la muerte de Inocencio VI, el 22 de septiembre de 1362 se inicia el cónclave para elegir a su sucesor en la ciudad de Avignon. En una primera votación es elegido el cardenal Hugues Roger, hermano de Clemente VI, quien rechaza el nombramiento.
Tras una segunda ronda de votaciones que no logra alcanzar la mayoría de votos necesaria, es elegido el 28 de septiembre, en la tercera de votación, Guillaume de Grimoard quien, al no ser cardenal, no participaba en el cónclave.
El futuro papa es inmediatamente reclamado para que abandonara Nápoles, donde se encontraba en misión diplomática. Tras una travesía por mar que le deja en Marsella, llega a Avignon donde tras ser ordenado obispo es coronado papa el 6 de noviembre. La Santa Sede, si quería salvar su ecumenismo contra las nacientes herejías y frente al pujante nacionalismo de los Estados europeos que estaban surgiendo, debía retornar a su centro natural e histórico: Roma. La empresa, en verdad, no era en manera alguna fácil. En la Ciudad Eterna unos partidarios politicos suplantaban a sus rivales, sin otras miras que las de saciar su odio irreconciliable y sus egoísmos familiares. Las ciudades de los Estados pontificios se combatían sin descanso por idénticos o parecidos motivos
Tras una segunda ronda de votaciones que no logra alcanzar la mayoría de votos necesaria, es elegido el 28 de septiembre, en la tercera de votación, Guillaume de Grimoard quien, al no ser cardenal, no participaba en el cónclave.
El futuro papa es inmediatamente reclamado para que abandonara Nápoles, donde se encontraba en misión diplomática. Tras una travesía por mar que le deja en Marsella, llega a Avignon donde tras ser ordenado obispo es coronado papa el 6 de noviembre. La Santa Sede, si quería salvar su ecumenismo contra las nacientes herejías y frente al pujante nacionalismo de los Estados europeos que estaban surgiendo, debía retornar a su centro natural e histórico: Roma. La empresa, en verdad, no era en manera alguna fácil. En la Ciudad Eterna unos partidarios politicos suplantaban a sus rivales, sin otras miras que las de saciar su odio irreconciliable y sus egoísmos familiares. Las ciudades de los Estados pontificios se combatían sin descanso por idénticos o parecidos motivos
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